sábado, 24 de enero de 2015

Microrrelato

Aquella puerta siempre permanecía cerrada. Sentíamos, como era natural, curiosidad por saber qué ocultaba, qué había tras ella encerrado. Se hallaba casi al final de un pasillo. A veces pasábamos delante de ella con cierto temor, no fuera a abrirse de pronto y saliera de ella un ser perturbado, uno de esos monstruos con los que se tienen pesadillas en la infancia. Temíamos también que allí residiera un fantasma, el espíritu de un antiguo habitante de la casa. Un día, sin que nosotros lo esperáramos, la puerta se abrió. Era un día de primavera o de verano, pues en el pasillo aleteaba una luz dorada. Nos asomamos con mucha cautela al interior. Hay puertas que nunca deberían abrirse: dan al olvido, a un reino clausurado.

Anónimo

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