Era un amanecer diferente a todos los demás. Cristina se incorporó de la cama, se vistió y salió de casa. Era una chica
apasionada de los caballos: desde que tenía cinco años montaba a caballo y todos los
días cuando lo hacía experimentaba algo especial; en esos momentos se sentía libre,
nadie le impedía nada. Manchas era una yegua a la que quería mucho, habían crecido juntas y eran casi inseparables. Una tarde salieron las dos por un bosque cercano a
pasear, pero cuando estaban pasando por una charca Manchas se quedó atrapada allí. Cristina, asustada, se bajó y tiró de ella, pero no había manera, lo
intentaba pero no conseguía moverla. Desesperada, vio por fin que Manchas andaba algo, hasta
que poco a poco pudo salir. El problema era que la yegua se había dañado la pata y no
podía andar bien. Volvió entonces a casa para curarla. Aquella
noche Cristina se quedó a dormir en el picadero por si a Manchas le dolía la herida. Por suerte esta se recuperó sin dificultad. Cristina y Manchas seguirían siempre juntas como dos almas gemelas.
(Irene Ortiz, 1º ESO A)
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