sábado, 11 de marzo de 2017

  El paraíso de los pequeños lobeznos

Las montañas traían el eco de los aullidos de unos pequeños pero feroces lobeznos. Zarpaz, el jefe de la manada; Lía, la joven lobezna, y sus cachorros, hijos del valiente Zarpaz. No eran muchos, se veían acosados de luna a luna por los cazadores que vivían en la falda de la montaña.

Zarpaz cazaba todo lo que podía, aunque no era mucho, permitía que la manada siguiera adelante.  Lía convenció a la manada de que debía marcharse a otras tierras con nuevos parajes, para así proteger a su camada. Era difícil debido a que los cazadores perseguían a los lobos por su preciada piel: su pelaje plata escarlata brillaba más que mil lunas bajo el manto de la noche.

 Emprendieron el viaje hacía tierras más seguras que no estuvieran infectadas de cazadores; tras ocho lunas caminando se toparon con una carretera.

‒¡Jabalís de hierro! ‒gritó Zarpaz.
 ‒¡Agachaos ‒gritó después a los niños‒, que no os vean esos monstruos!
La loba miró asustada a su compañero.

Decidieron  descansar, a la mera oportunidad  que tuvieran cruzarían..La loba llevaría a sus cachorros al otro lado,  mientras su marido vigilaba al resto. El tiempo pasó y de pronto ningún jabalí de hierro se divisaba.

La loba corrió con dos de sus cachorros en sus fauces, llegando al otro lado de una pieza, volvió e hizo lo mismo con los otros dos. El último cachorro fue agarrado del cuello, su padre corrió junto a la loba. De repente, el jabalí de hierro apareció más rápido que cualquier ciervo que hubiera cazado Zarpaz. El pequeño lobo cayó al frío asfalto. Zarpaz lo agarró con sus dientes y lo lanzó al otro lado del camino. Cuando el lobezno alzó la mirada  no vio a su orgulloso padre junto a él, lo vio descansando en medio del camino, pero era extraño, no se movía, su pelo plateado ya no era más que huesos, sangre y pelo. Había sido presa de ese malvado jabalí. Lía se acercó, lo miró, y aulló como nunca antes lo había hecho, eso no podía ser lo que quedaba de él, lo arrastró hasta el otro lado, con cada paso, con cada tirón, pedía al bosque que no se lo llevara todavía, mas era tarde, Zarpas estaba ya corriendo en el bosque. Libre de aquella cruda y visceral realidad. Lía cavó con sus garras un pequeño hoyo, arrastró al que fue el padre de sus cachorros, cubriéndole con sus lágrimas y un manto de tierra.

Pasaron los días y la loba no podía avanzar más, toda la poca comida que cazaba se la daba a sus cachorros, ya tenían dientes para morder, el pequeño que había caído días atrás a la carretera tenía la pata rota. La loba frenó y cayó al suelo cerca de un río, los cinco cachorros  se pararon en seco y corrieron junto a la loba. Cotton, el lobezno con la pata rota, le gruñó con cariño; su madre le siguió en el aullido, el pequeño empezó a llorar y entendió lo que pasaba, su madre no podía seguir y les pidió que continuaran hacía el paraíso sin ella. Ellos no paraban de llorar y en el momento en que no respiró más se acurrucaron con ella con el pensamiento o esperanza de que al día siguiente despertarían con ella en casa, donde su padre corría libre de los cazadores.

Llegó la mañana y su madre seguía inmóvil. Ellos no durarían mucho sin ella y sin comida. Su única esperanza era cruzar a nado al otro extremo del río y llegar a un lugar mejor, lleno de esperanza. Cruzaron con sus patas pequeñas, pero dos de los cachorros fueron arrastrados por la corriente hacia unas piedras. Cotton no podía hacer nada; Som, el mediano, nadó hacia ellos pero fue en vano, sus dos hermanos se perdieron bajo la corriente, ellos ya estaban con Zapas y Lía.

 Los tres lobos caminaron y caminaron. Descansaron cerca de un roble, por la mañana un lobezno ya estaba con Lía, no levantó de su sueño como su madre lo había hecho antes.  Ahora Cotton y Som, sin mirar atrás, gimiendo de dolor, temiendo por su vida, con una pata rota y rasguños tras haber pasado el río, pararon junto a una carretera vacía y se desplomaron.

Despertaron horas después en una habitación la cual tenía extrañas luces, había personas como los cazadores que sus padres habían descrito; sin embargo, no tenían armas. Pasaron meses y ya se habían casi curado. Tras curarse, esos humanos los llevaron con más lobos. Estos les contaron que pronto serían llevados al paraíso, un lugar sin cazadores.

 Entraron en un lugar llamado reserva, sabían que era el paraíso, había lobos por todos lados, era como su madre había dicho. Cotton gruñó y Som aulló todo lo fuerte que pudo, pero no veían a sus padres ni hermanos, ¿no estaba su padre corriendo en el paraíso como le contó Lía? Una noche de luna Cotton, viejo y con una sonrisa en su cara, vio a su familia corriendo hacía él, ahora comprendió que estaría con ellos en el paraíso tal y como dijo la loba.


María Muñoz, 3º B

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