EL
LOBO
Salvaje,
libre, hermoso, elegante. Su pelaje blanco como la nieve y sus andares
majestuosos, me dejaban anonadada. Aquel lobo era fuerte, corría como el viento
y sus aullidos eran pura melodía.
Lo
observaba cómo se escondía en la penumbra esperando a una presa a la que
devorar con sus afilados colmillos. Poseía unos ojos que parecían robados del
mismo firmamento. Estos tornaron a color rojo mientras se alimentaba de un
ciervo haciendo que la nieve se volviera del mismo tono.
Aquel
animal era increíble, maravilloso, ágil, astuto, pero temible. Otro lobo
enamorado de la luna.
Desperté
en la más profunda oscuridad. Mi rostro estaba cubierto de hojas que caían de
un árbol cercano. Había estado durmiendo en la falda de aquella montaña a
bastantes codos de mi casa y ahora estaba húmeda y marcada por la blanca capa
de la nieve.
La
frágil paz no duró más de un instante, el viento comenzó a aullar y las copas
de los árboles danzaban cada vez más amenazantes, anunciando la llegada de lo
que sería un escalofriante camino de vuelta.
Bajé
la mirada y observé gigantes huellas dibujadas en el suelo. El inefable encanto
de la montaña durante el día había sido corrompido por un terror que tenía algo
más que meras ramas crujiendo a causa del hielo.
Y
de repente, ese aullido consiguió lo que el frio había sido incapaz de hacer;
aquel aullido surgido de las sombras que danzaban monstruosamente más allá del
arroyo hizo que se me erizara el vello de la nuca. Las sombras avanzaban con su
mortal danza hacia mí.
Desvié
la mirada dirigiéndola al arroyo. Un escalofrío recorrió mis piernas y un
fuerte dolor en el pecho floreció por lo que vi saltando sobre el hielo.
Lobos…
Corría
y corría, pero ellos conocían cada rincón de la montaña. El pelaje grisáceo
claro que cubría sus lomos revelaban una larga vida de invierno y supervivencia.
Las zancadas de los lobos provocaban un temblor que me taladraba los oídos.
Corrí
a través de los arbustos en un intento de perder a mis perseguidores. Las
piernas me ardían y las finas ramas de los arbustos me dejaron innumerables
cortes en el rostro.
Me
desplomé sobre la nieve y, tras una ansiada bocanada de aire, observé cómo se
posaba ante mí aquel lobo blanco para protegerme de aquellas bestias.
Silvia
Caballero, 3º B
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