sábado, 11 de marzo de 2017

UN PASEO POR EL SERENGUETI

Todo comenzó una tarde calurosa del mes de mayo, en la que me disponía a elegir el sitio donde iban a ser este año mis vacaciones. Estaba cansada de mirar tantos sitios que al final no me gustaban, que decidí ir un poco a la aventura. Cogí una pequeña bola del mundo que había encima de mi estantería más cercana, la hice rodar con mi mano y poniendo la yema de mi dedo encima, paré la bola. Me quedé un tanto sorprendida porque mi dedo había parado justo en África, un lugar lleno de mil aventuras para vivir y que nunca había pensado vivirlas en primera persona. Después de haberme quedado atónita por unos segundos, me levanté del suelo, dejé la bola en la cama y rápidamente, volví a encender mi portátil para mirar viajes a África por un buen precio y un hotel. Después de unos minutos mirando, vi uno por el precio de 1.550 euros con todo incluido por 4 días. Elegí una actividad que me parecía muy interesante, ya que me encanta la naturaleza. Era un safari por el Parque Nacional Serengueti, situado en Tanzania. En general, todos los animales salvajes son impresionantes, pero mi favorito es la cebra, y ya me había quedado varios días viendo documentales de estos animales en National Geographic. Esperé el día con ansias, hasta que al fin llegó. Tenía preparada mi maleta dos noches antes para no olvidarme de nada, y un día antes me tuve que poner un montón de vacunas para no contraer ninguna enfermedad en África. Cogí mi coche y salí dirección al aeropuerto de Málaga, donde era mi salida. El viaje en el avión estuvo fantástico, vi unos paisajes geniales. Cuando llegué al Aeropuerto Internacional del Kilimanjaro, cogí mi maleta y tomé un taxi para que me llevase a mi hotel. Era increíble lo bien que estaba el hotel y las vistas que tenía. Me preparé para salir a dar un paseo por Tanzania y ver un poco el tipo de gente que había allí. Estuve cenando en un restaurante que había cerca de mi hotel y la verdad es que comí muy bien. Me duché y me preparé para dormir a fin de estar descansada para el safari del día siguiente. Me levanté a las 9, me preparé un poco y cuando bajé ya había un coche esperándome para llevarme al punto de partida del safari. Cuando llegué allí, había un montón de gente e intenté buscar a alguien que hablase español para no sentirme tan apartada del grupo. Encontré un chico bastante amable que aceptó sentarse a mi lado, ya que a él le pasaba lo mismo que a mí. Empezamos el safari y vi muchísimos animales salvajes que me encantaron, fotografié la mayoría para enseñárselos a mis padres cuando llegase del viaje. De repente empezó a llover y la chica que iba con el micrófono explicándonos lo que había a cada lado dijo que el safari se iba a aplazar para mañana, si no llovía. Nos llevaron de vuelta al hotel, yo iba un poco cabizbaja porque no había visto a las cebras. Resultó que el chico que había conocido estaba alojado en mi hotel, por lo que antes de entrar me invitó a cenar en un restaurante. Yo asentí y ambos subimos a nuestras habitaciones para prepararnos. Me lo pasé genial con él, teníamos mucha conexión. Al día siguiente, como nos habían dicho, nos recogieron para continuar el safari. Hacía un día radiante, por lo tanto se iba a poder realizar entero. Estaba distraída mirando a otro lado, cuando escuché a la chica decir: “A su derecha, pueden ver las cebras…”, y un poco extrañada pidió que pararan el safari. Se dio cuenta de que la cebra hembra estaba dando a luz una pequeña cebra. Yo me sentía como una niña pequeña, estaba levantada de mi asiento y mirando con los prismáticos por si conseguía ver algo. Yo no había visto un animal más bonito en mi vida, me encantó la experiencia de verlo y además asistir a un parto suyo. Fue algo que será difícil de olvidar la verdad. El tercer día me levanté pronto para salir a desayunar, y cuando cogí un periódico del día vi una foto de la cebra del día anterior pero no entendía nada, por lo que llamé a Luis, el chico que había conocido, que dominaba algo más la lengua. Puso una cara un poco triste y con un nudo en la garganta me dijo que la cebra que ayer había dado a luz en el zoo había muerto en el parto. Fue algo que me impactó bastante, porque de haberla visto bien a saber que murió hay un gran paso. A lo mejor otra persona hubiera visto una tontería como me puse al escucharlo, pero tengo una conexión especial con la naturaleza y son cosas que me afectan. El último día de mi viaje comí con Luis para despedirme de él y me trajo un regalo, que era un peluche de una cebra y una foto nuestra en el safari. Le di un abrazo muy fuerte y se ofreció a llevarme al aeropuerto. Allí cogí mi avión de vuelta y mientras iba elevándose iba pensando más en el viaje tan bonito que acababa de finalizar. Lo volvería a repetir mil veces, pensé. Y así fue, dos años después de este viaje, he vuelto a Tanzania, desde donde estoy contando esta historia.


Ángela Lahaba Romero 3ºB 

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