sábado, 11 de marzo de 2017

SHIVA
¿Alguien se ha preguntado alguna vez qué son los animales? Preguntó el profesor a sus alumnos. Un joven alzó su mano y con voz dudosa dijo: Son solo mascotas que no sufren ni aman, son seres inertes de sentido, son nuestra comida. El profesor frunció el ceño y del bolsillo derecho de su pantalón sacó un pequeño libro, el cual se titulaba Shiva. Bien, hoy os contaré la verdadera historia de los animales, qué son, por qué están aquí, y, lo más importante, ¿somos uno de ellos? Dijo nuestro tutor convincentemente. Después de soplar el polvo, que dormía en las páginas, se dispuso a leer. Y decía así la historia…
Éramos elefantes protegiendo a nuestra manada, éramos lobos aullando por nuestras almas, éramos guepardos persiguiendo su próxima víctima, éramos, en definitiva, animales. Pero un día todo eso cambió, ya no éramos nada. Del cielo salieron volcanes y de la tierra grandes vendavales, el Sol y la Luna se apagaron, robándonos nuestro tesoro más preciado, el habla, el amar, el odiar, el ser quien puedes ser. De repente sonaron cornetas anunciando las nuevas eras, ladridos de perros nos ensordecían, el viento se partía por la mitad atravesando toda nuestro costal. De mi hermana un río rojo salía, mi madre no me contestaba y mi padre, ya no sé dónde estaba. Aquella familia de inmensos tigres había desaparecido, solo quedaba yo,
Shiva. Me escondí, típico de una cobarde, e hice lo mejor que sabía hacer, observar y callar. De entre los arbustos salió un enorme gigante, con una jauría de perros traidores y recostado en su espalda se encontraba el objeto que mató a mi familia. No recuerdo cuántos días lloré, pero lo único de lo que estaba seguro era de no seguir malgastando lágrimas sin haber solucionado el problema del gigante asesino. Mi familia me quiso y yo partiré por ellos. Comencé a olfatear su rastro, pero el intento fue en vano, recorrí todos los rincones de aquel lugar, pero nada. En todo ese viaje pensé y medité sobre una idea que rondaba y perturbaba mi mente, la de quemar la jungla entera para poder hacer huir a la comadreja de su escondite, pero sabía que era una mala estrategia, ya que la madre naturaleza me lo impediría. Llegó un momento en el que solo pensaba en tirar la toalla pero recordaba esos buenos instantes con mi familia. Debo hacerlo por ellos. Me decía a mí misma. No debo renunciar. Repetía constantemente. Por fin, lo encontré, a él, a su jauría de cerberos y a esa cosa brillante. Esperé al anochecer, momento del día en el que seguramente irían a dormir y a soñar en cuantos animales habrían matado esta tarde. Sigilosamente me adentré en su dormitorio y no sé por qué, no sabía qué debía hacer. 20 años me llevó encontrar a los asesinos de mi familia y ni un minuto me detuve a pensar qué iba hacer frente a ellos. Los nervios inundaron mi ser, de repente un calor sofocante inundó la sala, el gigante chillaba y hablaba en sueños, los perros ladraban y lloraban, y la cosa esa estaba frente a mí al igual que las cabezas de … mi … familia. Quería llorar, lo necesitaba, pero sabía que si lo hacía moriría, pues despertaría al gigante y la cabeza me cortaría y como alfombra mi piel convertiría. Mis ojos se volvieron rojos, mis rayas de color cambiaron y mis garras aumentaron. Esto debe ser una señal de la madre naturaleza. Dije yo ingenuamente. Reposé mi afilada guarra sobre su cuello y con un leve deslizamiento hacia la derecha le rajé la garganta, solucionando, de este modo, el problema que no me dejaba vivir. Con disimulo me escapé, pero a lo lejos observé más gigantes como él, con más jaurías de perros, con más cosas brillantes y metálicas, con más odio en sus corazones. En ese momento me pregunté: ¿qué hemos hecho nosotros para merecer esto? Sabiendo que no podría contenerlos, fui al lugar donde acampaban y con un rugido, salido del alma, me enfrenté a todos ellos. El cuerpo me ardía, me dolía y salía una cosa rojiza idéntica a la de mi hermana minutos antes de morir. Seguía de pie, con gran debilidad, pero estaba de pie. La vista, la perdía por momentos, me costaba respirar, el latir del corazón apenas lo sentía. Por una vez en toda mi vida sabía dónde quería estar, junto con mi familia.
Al terminar la historia el profesor nos dijo:
‒Y bien, chicos, os vuelvo a preguntar: ¿qué son los animales?
Daniel Padilla, 3º B


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