SHIVA
¿Alguien se ha preguntado alguna
vez qué son los animales? Preguntó el profesor a sus alumnos. Un joven alzó su
mano y con voz dudosa dijo: Son solo mascotas que no sufren ni aman, son seres
inertes de sentido, son nuestra comida. El profesor frunció el ceño y del
bolsillo derecho de su pantalón sacó un pequeño libro, el cual se titulaba Shiva. Bien, hoy os contaré la verdadera
historia de los animales, qué son, por qué están aquí, y, lo más importante,
¿somos uno de ellos? Dijo nuestro tutor convincentemente. Después de soplar el
polvo, que dormía en las páginas, se dispuso a leer. Y decía así la historia…
Éramos elefantes protegiendo a
nuestra manada, éramos lobos aullando por nuestras almas, éramos guepardos
persiguiendo su próxima víctima, éramos, en definitiva, animales. Pero un día
todo eso cambió, ya no éramos nada. Del cielo salieron volcanes y de la tierra
grandes vendavales, el Sol y la Luna se apagaron, robándonos nuestro tesoro más
preciado, el habla, el amar, el odiar, el ser quien puedes ser. De repente
sonaron cornetas anunciando las nuevas eras, ladridos de perros nos
ensordecían, el viento se partía por la mitad atravesando toda nuestro costal.
De mi hermana un río rojo salía, mi madre no me contestaba y mi padre, ya no sé
dónde estaba. Aquella familia de inmensos tigres había desaparecido, solo
quedaba yo,
Shiva. Me escondí, típico de una
cobarde, e hice lo mejor que sabía hacer, observar y callar. De entre los
arbustos salió un enorme gigante, con una jauría de perros traidores y recostado
en su espalda se encontraba el objeto que mató a mi familia. No recuerdo cuántos
días lloré, pero lo único de lo que estaba seguro era de no seguir malgastando
lágrimas sin haber solucionado el problema del gigante asesino. Mi familia me
quiso y yo partiré por ellos. Comencé a olfatear su rastro, pero el intento fue
en vano, recorrí todos los rincones de aquel lugar, pero nada. En todo ese
viaje pensé y medité sobre una idea que rondaba y perturbaba mi mente, la de
quemar la jungla entera para poder hacer huir a la comadreja de su escondite,
pero sabía que era una mala estrategia, ya que la madre naturaleza me lo
impediría. Llegó un momento en el que solo pensaba en tirar la toalla pero
recordaba esos buenos instantes con mi familia. Debo hacerlo por ellos. Me decía
a mí misma. No debo renunciar. Repetía constantemente. Por fin, lo encontré, a
él, a su jauría de cerberos y a esa cosa brillante. Esperé al anochecer,
momento del día en el que seguramente irían a dormir y a soñar en cuantos
animales habrían matado esta tarde. Sigilosamente me adentré en su dormitorio y
no sé por qué, no sabía qué debía hacer. 20 años me llevó encontrar a los
asesinos de mi familia y ni un minuto me detuve a pensar qué iba hacer frente a
ellos. Los nervios inundaron mi ser, de repente un calor sofocante inundó la
sala, el gigante chillaba y hablaba en sueños, los perros ladraban y lloraban,
y la cosa esa estaba frente a mí al igual que las cabezas de … mi … familia.
Quería llorar, lo necesitaba, pero sabía que si lo hacía moriría, pues despertaría
al gigante y la cabeza me cortaría y como alfombra mi piel convertiría. Mis
ojos se volvieron rojos, mis rayas de color cambiaron y mis garras aumentaron.
Esto debe ser una señal de la madre naturaleza. Dije yo ingenuamente. Reposé mi
afilada guarra sobre su cuello y con un leve deslizamiento hacia la derecha le
rajé la garganta, solucionando, de este modo, el problema que no me dejaba
vivir. Con disimulo me escapé, pero a lo lejos observé más gigantes como él,
con más jaurías de perros, con más cosas brillantes y metálicas, con más odio
en sus corazones. En ese momento me pregunté: ¿qué hemos hecho nosotros para
merecer esto? Sabiendo que no podría contenerlos, fui al lugar donde acampaban
y con un rugido, salido del alma, me enfrenté a todos ellos. El cuerpo me
ardía, me dolía y salía una cosa rojiza idéntica a la de mi hermana minutos
antes de morir. Seguía de pie, con gran debilidad, pero estaba de pie. La
vista, la perdía por momentos, me costaba respirar, el latir del corazón apenas
lo sentía. Por una vez en toda mi vida sabía dónde quería estar, junto con mi
familia.
Al terminar la historia el profesor
nos dijo:
‒Y bien, chicos, os vuelvo a
preguntar: ¿qué son los animales?
Daniel Padilla, 3º B
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